Haría con sauces un cobijo a vuestra puerta y clamaría hasta que mi voz penetrase en vuestra casa.
Nuestros hijos correrían río abajo, suspirando mariposas, la lengua de la tierra.
De lo alto de mi torre lanzaría todo mi tacto y tu cuerpo de hielo sentiría el abrazo de la arena. El polvo de mi llanto dibujaría en tu silueta la memoria de la roca, la impenetrable mujer de arcilla.
Las raíces de tu cuerpo se volverían vulnerables, las piezas que construyen tu tamaño se desmontarían bajo el latido de la noche reflejada en mi cintura.
Las indelebles obras de Dios se acostarían a tu lado, la natura disfrazaría su recorrido para dar eternidad a tus horas,
tu infinita distancia al llanto
mi fácil engaño
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