lunes, 8 de julio de 2013

El último de los hermanos.

a pesar de las apuestas y las expectativas de todos nuestros familiares, cuatro días duró el sufrimiento.
Cuatro días con cinco largas noches en vela.
El segundo de los Antonios que también solía llamarse Julián, era el último de los hermanos de mi familia. El último hombre de mis abuelos de campo, el último hombre de barro y centeno, de abedul y grano de trigo.
Doce campanadas más tarde, su puerta se había cerrado, su casa sería para siempre una caja y todas las mujeres de pueblo estarían condenadas por mi noble conciencia.
Doce campanadas y tres hijas rotas.
Doce campanadas y una esposa despierta eternamente sobre la cama vacía.
Doce campanadas y dos nietos con una cruz a la espalda.
Luego el adiós, las coronas, el camino hacia la cima empedrada.
Ella decía que era demasiado pronto,  la vida le había dado una larga tregua y sin embargo siempre parece ser demasiado pronto.

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