martes, 5 de agosto de 2014

Yo siempre había oído a la gente mayor aquello de 'Dios aprieta pero no ahoga' y como era una niña gordita y de color rosa, nunca me había parado a reflexionar sobre aquellas alegres afirmaciones.
Un día, cuando las cosas no iban muy bien, y yo ya no encontraba túneles secretos donde refugiarme, recordé esa frase y me puse muy triste por todos esos seres a los que Dios si que ahoga.

¿Qué pasa con aquellas personas a las que Dios decide decir adiós? ¿A dónde van esas almas asfixiadas a las que El Señor de Arriba ha dado la espalda? ¿Acaso, por un segundo, alguien se para a pensar que, al ahogar, ya no hay vuelta atrás?
...
Una vez me caí de un columpio y no podía respirar, me puse de muchos colores y tumbada en el polvoriento y duro suelo gris del colegio, observaba el infinito y eterno cielo azul salpicado de robustas nubes puramente blancas. Dios estaba jugando a apretarme. Yo lo sabía y creía que era divertido este tira y afloja con Dios, porque si el juego consistía en al final no ahogar, yo siempre tenía las de ganar.
...
Nunca olvidaré el jueves en que no pude ir por la tarde a mis clases de inglés. Hasta ese jueves yo creía en la eternidad de la hierba húmeda y las palabras.
Hasta ese jueves me gustaba jugar.
En poco tiempo tuvimos que despedirnos de los calendarios, de las fotos que quedaban por hacer, de las canciones que me querías enseñar.
Ese jueves Dios acabó la partida, me hizo perder, rompió las reglas, se río del propio juego que habíamos creado, se burló de mí y me ahogó dejándome sin nada. Dejándonos sin revancha, sin posibilidad de empate, de retirada, dejándome ahogada y rota sobre mis dibujos.



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