viernes, 28 de abril de 2017

demasiado tiempo ignorando todas las maravillas que me rodeaban.
La vida, el cielo, las plantas, el viento, el río.. existía un vínculo entre nosotros, una relación recíproca, un pacto para ignorarnos.
Yo no existía para el viento al igual que el viento había dejado de existir para mí.

Al despertar del séptimo día vi a mi madre arrodillada en la cocina, limpiando el desastre que había provocado aquel viejo congelador. Parecía que las lágrimas congeladas de todos los miembros de esa casa se habían derretido y vagaban entre olores precocinados por la cocina de mi madre.
Miré fijamente a mi madre y no encontré las palabras. Nunca supe como explicar a mi madre que a nadie le importa que las juntas de la cocina no estén blancas impolutas. Eso sería una grosería.. Que los años pasasen, olvidando los veranos, olvidando las navidades, que nos hagamos daño con el tiempo, que nos rajemos la piel con el tiempo, que nos revolquemos en el barro con el tiempo mientras las juntas de la cocina se mantienen de un blanco vanidoso y en desacuerdo con la situación. Sería ridículo!
Nos desbordábamos.
Nos desbordábamos y no fuimos capaces de mirarnos a los ojos.
Quería decirle a mi madre que la quería. Olvidar el dolor, olvidar los traumas infantiles, olvidar el uniforme del colegio y el frío que nunca salía de mis huesos.. En su lugar cogí un trapo y posé mis rodillas desnudas sobre el charco del suelo que simbolizaba nuestras lágrimas agotadas.. comenzamos juntas a limpiar el agua como si se tratase de un ritual de purificación, ambas estábamos allí, ambas existíamos la una para la otra y eso era suficiente..


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